Acompañé un colectivo agropecuario conformado por varios pequeños ganaderos y agricultores que deseaban diversificar. Como facilitadora, promoví la cultura del trabajo en equipo: creamos juntos un “consejo de innovación” donde se reunían regularmente, usaban comunicación asertiva, establecían metas claras y definían roles rotativos de liderazgo para que no dependieran de una sola persona. Desarrollaron una unidad de procesamiento de leche y quesos artesanales, compartiendo maquinaria, precios negociados y canales de distribución.
Económicamente, consiguieron reducir los costos de insumos en un 25 % y aumentar la venta de su producto final en un 35 % al cabo de un año. Socialmente, mejoraron las relaciones entre los miembros: ya no competían, sino que colaboraban. Pero también enfrentaron retos: como muchas iniciativas rurales, dependían aún de ayudas externas, y existe en la región latinoamericana una alta informalidad en los hogares rurales encabezados por mujeres: en el área andina, los hogares rurales femeninos llegaban en estudios anteriores entre 19 % y 22 % del total.
El liderazgo distribuido y la comunicación clara fueron los pilares: cuando los miembros aprendieron a escucharse, a decidir juntos y a compartir responsabilidades, los resultados se multiplicaron.
