Hace unos meses, una empresa de manufactura nos llamó para acompañarles en la mejora de sus procesos productivos. Un nuevo jefe había asumido la dirección del área y, como suele ocurrir, llegó con energía, nuevas ideas… y una larga lista de críticas.
“Todo está desorganizado”, decía. “No hay control, los procesos son ineficientes, la gente no se compromete”.
Durante las primeras reuniones, noté algo importante: los empleados —algunos con más de 15 años en la empresa— permanecían en silencio, cabizbajos, escuchando cómo se descalificaba lo que ellos mismos habían construido con esfuerzo y conocimiento práctico.
Decidimos cambiar el enfoque. Aplicamos principios de Gestión del Cambio y de Dirección Participativa: antes de proponer soluciones, comenzamos a escuchar. Implementamos sesiones de diagnóstico colaborativo, donde los propios trabajadores señalaban qué funcionaba y qué necesitaba mejorarse.
El resultado fue revelador. Descubrimos que el 70% de los procesos criticados tenían una lógica sólida, solo necesitaban pequeños ajustes o actualización tecnológica. Lo que realmente faltaba era comunicación, reconocimiento y liderazgo inclusivo.
A partir de ahí, trabajamos juntos —nuevos líderes y personal de trayectoria— para rediseñar los flujos de trabajo. Lo que antes era desconfianza, se transformó en compromiso. Al final, la mejora fue real, porque fue compartida.
La enseñanza fue clara:
- 👉 Un consultor no llega a destruir, sino a construir con respeto.
- 👉 Lo que funciona, se mantiene.
- 👉 Lo que puede mejorar, se hace en equipo.
Porque en gestión de empresas, la transformación no comienza con decir “todo está mal”, sino con preguntar humildemente:
“¿Qué podemos mejorar juntos?”
