Trabajé con un grupo de campesinos que tradicionalmente trabajaban de manera individual, con pequeñas parcelas y sin acceso a mercados amplios.
Mi rol fue facilitadora socioempresarial: implementamos talleres de liderazgo participativo, construimos un comité de productores y reforzamos la comunicación asertiva para que las reuniones de planificación fueran efectivas. Aprendieron a compartir conocimientos sobre cultivos, compras colectivas y marketing directo.
Mediante alianzas, desarrollaron una marca de café que reunía a varios pequeños productores: se lograron mejores condiciones de venta, y al cabo de los primeros 18 meses los ingresos agregados crecieron en aproximadamente un 40 %. Sin embargo, enfrentaron el desafío de la informalidad y la falta de estructura legal: en Colombia, muchas empresas lideradas por mujeres o por comunidades rurales operan de forma individual y se diluyen antes de los cinco años. Asimismo, la tasa de emprendimiento temprano muestra que menos mujeres que hombres esperan un crecimiento alto en sus negocios.
La clave del éxito fue el equipo: cada productor asumió una función, se estableció una comunicación fluida, se compartieron errores y lecciones. Como resultado social, la comunidad ganó orgullo colectivo, sentido de pertenencia y fortaleció su tejido rural.
